Ya estamos aquí con la segunda parte de nuestros días en la soñada Isla de Pascua… ¡Allá vamos!
Después de la visita de ayer a Anakena, hoy tocaba madrugar bastante con el objetivo de ver amanecer en el Ahu Tongariki y, bien de noche, nos pusimos en marcha. Se puso a llover por el camino, lo cual nos hizo pensar que íbamos a ver más bien poco… pero bueno, ¡al final vimos algo! Nos pidieron los tickets del parque para entrar (llevadlos siempre) y nos sentamos a esperar mirando de frente a los 15 moais. Había gente, pero no una locura de grupos, por lo que encontramos un buen sitio. Vimos como el cielo pasa de la noche al día, con unos tonos rojizos preciosos, pero no pudimos ver salir el sol ya que una nube baja lo ocultó hasta que estaba fuera del todo. Además en esta época del año (abril) el sol ya no sale exactamente detrás del Ahu, sino más al este. Es bonito, y era realmente mágico estar allí, pero debe ser mucho más espectacular en la época buena (diciembre-enero), en la que el sol se vea salir detrás de los moai. Aún así, más que recomendable el madrugón.
Una vez amaneció decidimos volver al pueblo, aunque fuera deshacer y volver a hacer camino, pero queríamos ver si había opción de comprar pescado para la cena. Nos habían dicho que los pescadores se ponen al lado del único mercado de la isla temprano por la mañana y así fue, en la puerta del mercado había tres señores vendiendo pescado bien fresco. Llegamos a tiempo de comprar para la cena, dos peces sierra y otro más rojizo que no recordamos el nombre. Lo venden todo al mismo precio, y se ponen ahí por la mañana y cuando lo han vendido todo se van. ¡No hay que despistarse que les dura poco!.
Aprovechamos para desayunar dentro del mercado, que es bastante pequeño. En él venden verdura, algo de fruta, artesanías… y en medio hay un sitio que estaba lleno de gente local desayunando. Como sabéis que nos gusta mucho imitar a la gente local, allí que nos quedamos. Estaba bastante bien de precio (para lo que es la isla) y tenía sopaipillas, café, huevos, y unas empanadas espectacularmente buenas y grandes de pino (carne) y de camarones con queso. ¡Nos pusimos tibios! Juan Carlos seguro que se acuerda bien de ellas.
Después del desayuno y de dejar el pescado en casa, regresamos sobre nuestros pasos por la carretera sureste de la isla y nos dirigimos a la zona de Poike, el tercero de los volcanes cuya erupción dio origen a la isla y que está ubicado en la parte más al este de la misma y una de las menos accesibles. Esta zona tampoco es nada turística, a veces te pueden hacer tours para llevarte a la cueva de las vírgenes o algún otro lugar, pero nosotros no vimos a ningún turista por allí. Saliendo del Ahu Tongariki, se toma la carretera y después de algún km hay una casa a mano derecha donde aparcamos, preguntamos a un señor que había allí si podíamos entrar al recinto (la zona está vallada) y nos autorizó sin problema. Allí mi madre y JK subieron directos al cráter del volcán y nosotros fuimos dando una vuelta rodeando el volcán y viendo el Vai a Heva, que es como una cabeza tallada en una piedra cuya boca se usaba para recolectar agua (nos costó un poco verla) y también un pequeño moai en la ladera camino al crater. Nos encontramos los cuatro en la cima (este cráter es como un cañaveral, curioso) nos hicimos unas fotitos y nos separamos de nuevo. Javi y yo seguimos marcha pues queríamos terminar de rodear la parte este de la isla. Subimos a los cráteres secundarios del Poike e intentamos ver si encontrábamos Ana o Keke, la cueva de las vírgenes. Y sí, la vimos. Antes de entra a la zona, el chico de la caseta nos dijo que no podríamos encontrarla solos, y la verdad es que no es nada fácil ni accesible. Está en un acantilado, y la conseguimos encontrar gracias de nuevos al maps.me. En el trozo final hay que tener cuidado, pues es un acantilado muy expuesto, pero con cuidado no es peligroso. La cueva es muy bajita y dentro se estaba bien fresquito, había un montón de petroglifos en las paredes y se dice que aquí recluían a las mujeres para blanquear su piel.
Seguimos ruta, paramos a ver un bosque de arena roja con muchos eucaliptus llamado kava kava kio’e, y seguimos trotando ya de regreso. Nos detuvimos a hacer algunas fotos al motu Maratiri (un islote que es reserva de pájaros) y llegamos al coche casi a la hora de comer. Allí nos esperaban Reme y JK y ya los cuatro juntos pusimos rumbo al norte donde paramos a comer unos bocatas caseros en una cala rocosa desde la que había muy buenas vistas de los tres cráteres en fila del Poike.
Tras comer vimos las zonas arqueológicas del norte, Pu o Hiro, una especie de trompeta de piedra cuyo funcionamiento no entendimos muy bien, Papa Vaka, una zona con un montón de Petroglifos muy chulos, aunque los paneles explicativos que tiene necesitan una reparación, y Te Pito Kura, donde está el moai más grande que salió de la cantera (y que está en el suelo, no se ha levantado). Al lado del moai, también hay una bola de piedra muy grande y cuatro más pequeñas alrededor que dicen que tienen un magnetismo especial (según la leyenda, confunden a las brújulas). Acabamos el paseo en Ovahe, la playita de al lado de Anakena que, por riesgo de derrumbamientos, no está abierta al turismo. Nos acercamos y la verdad es que es muy bonita, y un gusto estar solos por allí. Lo malo es que se nubló mucho, así es que ni nos tentó la opción de bañarnos.
Ya atardeciendo volvimos al pueblo y compramos alguna cosilla más para la cena. Nos tomamos unas cervecitas en un bar que hay entre las dos playas de Hanga Roa, desde donde hay muy buenas vistas del mar (directas) y donde tienen la cerveza más barata que encontramos en la isla. 2000 pesos la lata. De ahí pronto a casa para preparar la parrilla para asar el pescado. Y eso cenamos, pescadito del día a la brasa con la última botella de vino que nos quedaba ¡Qué manjar! Ese día, además, era nuestro aniversario de boda, así es que nos tomamos un par de copitas y un pequeño pastel para celebrarlo… ¡Uno no pasa todos los años su aniversario de boda en la Isla de Pascua!
Al día siguiente teníamos que devolver el coche, pero la hora de entrega era las 9am, así es que Javi y yo decidimos madrugar y probar suerte de nuevo con el amanecer en el Ahu Tongariki. Esta vez llegamos un poco más pronto, con el cielo más oscuro, y se vio un poco mejor, pues había menos nubes. Estuvo muy bonito. Después del amanecer volvimos al pueblo a llenar el coche de gasolina y a la casa, donde vinieron a recogerlo. Ese último día queríamos dedicarlo a la zona que queda al norte de Hanga Roa, que hay algún Ahu y varias cuevas.
Sale una ruta larguita para hacer andando, y bajo el sol se hace algo pesado, así que el que se anime que tenga claro que no es un paseo. Volvimos a pasar por el cementerio y la zona ceremonial de Tahai y seguimos hacia el norte. Vimos primero Hanga Kio’e, un ahu con un moai levantado bien grande, y seguimos ruta hasta la zona de las cuevas, donde de nuevo nos pidieron el ticket del parque (como veis, nos lo pidieron en un montón de sitios). Visitamos Ana Kakenga, la cueva de las dos ventanas, ¡superbonitas las vistas del mar desde dentro!, pero hay que estar atento a la entrada, pues es un pequeño agujero en el suelo. Al llegar nosotros nos pasamos de largo y tuvimos que dar la vuelta mirando bien al suelo hasta que encontramos la entrada a la cueva.
Después de esa vimos un par de cuevas más cercanas, bastante grandes y que se comunicaban entre sí, seguimos ruta y vimos el Ahu Te Peu, sin restaurar, donde se ve al altar con un muro bien labrado y conservado y restos de cuerpos, cabezas y sombreros de moais alrederor. Claro, después de ver decenas de ahus pues ya no te llaman igual la atención los restos que están en el suelo, pero si lo piensas esto tiene un valor arqueológico increíble. Siguen siendo restos de esta civilización que todavía entraña muchos misterios para nosotros, y están ahí, que parecen medio abandonados. Ya por último y después de algunos km, llegamos a Ana Te Pahu, la Cueva de los Plátanos, que es bastante grande, con varias galerías y plataneros en su interior. Se puede recorrer y en uno de sus ramales hay un antiguo horno polinesio. Esta cueva está muy cerca del Ahu Akivi, y se puede hacer en coche, ya os digo que andando al final se nos hizo largo… supongo que también por el cansancio acumulado. Desde ahí se puede regresar por donde has venido o caminando por la carretera, que se acorta un poco, y eso hicimos. Cuando llevábamos un par de km nos paró un señor para acercarnos al pueblo, que curiosamente fue el mismo que nos bajó el primer día por la carretera de Rano Kau.
Nos dejó en la zona alta del pueblo y ahí nos separamos. Mi madre y JK fueron directos a tomar una cervecita y picar algo, pues estaban agotados de la caminata y del ritmo militar que les imponíamos de comer en casa o de bocata para ahorrar. ¡Pobres! Ellos estaban de vacaciones y nosotros tenemos puesto el chip “vuelta al mundo”… jejeje. Javi y yo fuimos a ver el Museo antropológico Sebastian Englert, (el único que hay) que me generó sentimientos encontrados. Es una pasada porque tiene paneles con información súper interesante, pero está extremadamente descuidado. Cuando fuimos ni siquiera funcionaba la luz. Hay piezas importantes como el único ojo de moai que se ha encontrado o un moai femenino (algo deteriorado), pero tenia que haber muchas más. Preguntamos por alguna pieza que se supone que tenia que estar (un petroglifo del hombre pájaro) y nos dijeron que se había deteriorado demasiado por falta de mantenimiento. Estuvimos preguntándole a la única chica que había por allí y nos explicó que hay más de 15000 piezas, pero solo se exhiben unas pocas. Después de un rato hablando, lo que extrajimos en claro es que, desgraciadamente, el museo adolece de una ausencia de recursos que ha causado pérdidas muy lamentables.
Tras la visita cultural nos juntamos con mi madre y JK en un restaurante llamado Haka Honu, donde nos unimos a las cervecitas y el picoteo (uhmmm el carpaccio de atún… ¡qué bueno!) con unas vistas estupendas. ¡Qué bien nos sentó!
Después de comer nos acercamos a darnos un bañito a la playa de Hanga Roa, y hay una zona, en una especie de piscina natural donde se pueden ver y puedes nadar cerca de las tortugas. Están ahí tranquilas y la gente tira algas al mar para que se acerquen a comer. ¡Una pena que no llevásemos las gafas de bucear porque tiene que ser chulo!
Paseamos por el pueblo y fuimos a tomar un helado a Mikafe, un sitio que tiene unos helados de frutas y flores locales espectaculares. ¡Nos gustaron mucho! Probamos también el de cerveza Mahina, que es la única cerveza local, y ¡también estaba rico! Con los helados en la mano fuimos a dar un paseo y de repente vemos un coche que venía a lo lejos hacia nuestra zona un poco descontrolado, de repente gira bruscamente a la izquierda y se choca contra la valla del campo de fútbol que hay en Hanga Roa, en el cual se estaba jugando un partido, rompe la valla y cae gradas abajo (son poquitas gradas, cinco o seis niveles) y después de caer atraviesa el campo a lo largo a toda leche hasta que choca con el lado opuesto. ¡Vaya susto! Por suerte no le pasó nada a nadie, esa zona de las gradas estaba vacía y la gente que estaba en el campo se apartó a tiempo. No sabemos que pasó, en seguida ayudaron a sacar a la gente del coche y vino policía y bomberos, Aparentemente los ocupantes del coche estaban bien. Se nos quedó mal sabor de boca la verdad… fue un shock. Hasta en un sitio tan tranquilo como este pueden ocurrir sobresaltos.
Nos fuimos a casa a descansar un rato y a “arreglarnos” porque nos habíamos animado a ver esa noche un espectáculo. El ballet Kari Kari. No hizo falta reservar ni nada, lo que sí que recomendamos es ir con algo de tiempo. Llegamos y nos sentamos en primera fila, ¡genial! la sala es un poco básica y el show nos generaba dudas por si era un poco “timo” y demasiado montado para los turistas, pero la verdad, disfrutamos un montón. Tocan música en directo y bailan chicos y chicas con una energía brutal. Son bailes típicos Rapa Nui y nos gustó ver luego la foto de alguno de los bailarines en la revista que hablaba del Tapati Rapa Nui, la fiesta más importante en la isla en la que también bailan. En el espectáculo sacan a bailar a la gente (eso es lo menos interesante, aunque a Javi le tocó salir…jijijji). Al final se nos hizo corto.
Tras el espectáculo nos fuimos a casa, comimos algo y a dormir. Esa última noche en la isla descubrí que había un moai que no habíamos visitado y estaba medio cerca de la casa, así es que la mañana siguiente Javi y yo salimos trotando en su busca. Lo encontramos, nos hicimos unas fotitos y vuelta a la casa para acabar de preparar el equipaje. El propietario de las casa vino a llevarnos al aeropuerto como a las 10:30, y en 5 minutos ya nos había “soltado” allí. No abrían facturación hasta media hora después o así por lo que tuvimos que esperar un rato. Una vez facturado te puedes ir de paseo hasta la hora del vuelo, así que el resto de la mañana lo dedicamos a callejear, hacer alguna compra, intentar enviar postales sin éxito (nota para el que vaya y quiera enviar postales, solo se pueden comprar sellos en la oficina de correos y cierran entre las 12 y las 14:30, así es que no os lo dejéis para última hora!). También queríamos probar las empanadas de Tía Berta, que tienen muy buena fama. Nos costó encontrar el local, porque no tiene cartel, pero lo miramos en tripadvisor y lo encontramos. Y allá que fuimos justo antes de subir al avión. La verdad es que estaban buenísimas, aunque no son muy baratas. Se nos hizo la hora de embarcar, mi madre y JK llegaron con antelación al aeropuerto y Javi se quedó esperando a que sacaran las dichosas empanadas, que es que las preparan en el acto y tardaron como 25 minutos en dárselas. Yo me adelanté porque llegábamos tarde y al final unos chicos le recogieron primero a el en la puerta de Tía Berta y luego a mi un poco más adelante y nos acercaron al aeropuerto en camioneta “por si acaso”. Al final llegamos con tiempo de sobra. Nos comimos las empanadas en la sala de embarque y aún compramos una camiseta para Javi justo antes de subir al avión.
Con pena, pero felices por lo vivido, embarcamos rumbo al continente, donde llegaríamos por la noche. En nuestra retina y en nuestras cabezas (y también en los cientos de fotos que habíamos hecho) quedarían los días pasados en la mágica Isla de Pascua. Una experiencia que vale la pena vivir, al menos, una vez en la vida. No sabemos porque, pero tenemos la sensación de que volveremos algún día.
Reme says
Ufff que plorera!!! Recordar aquellos días con con vuestra narrativa ha sido “casi” como volver a vivirlos. Yo también tengo la sensación de que volveré algún día.
Espero con impaciencia el siguiente post.
Os quiero, os añoro, necesito abrazaos….
Miles de besos, para que vayáis cogiendo a demanda.
BuscandoaCochet says
¡Esperamos que los llantos fueran de emoción y alegría!
¡Ya queda menos para abrazarnos de nuevo, qué bien! Mientras tanto, muchos besos en la distancia
Ana Mari says
Que paseo más bueno he dado con vosotros, desde mi ordenador y lo que viajo. Casi como la familia…..es broma
Un placer leer vuestros articulo y me encanta esa felicidad que reflejan vuestros ojos.
Desde La Encina un abrazo y besicos.
BuscandoaCochet says
Como siempre, ¡millones de gracias, Ana! Nos encanta compartir estas historias con ente como tú.
Muchos besos de vuelta
Jk says
Fue increíble viajar con vosotros a la Isla de Pascua. Yo repetiría sin dudarlo. Me acuerdo mucho de las empanadas del Mercado, estaban geniales. Yo también creo que hay que ir por lo menos una vez en la vida a Rapa Nui, es un lugar mágico.
Mucha suerte y espero que nos veamos pronto.
Besos y abrazos
BuscandoaCochet says
Sí que fue increible, sí…
Seguro que próximos viajes nos deparan sitios tan chulos como Rapa Nui… diferentes, pero chulos igual.
Muchos besos y ¡nos vemos en nada!
Papa says
Esta segunda parte de la visita, a la isla de Pascua, con ese video esperando el amanecer en Ahu Tongariki en el que se ve gente pasando por entre los moais, que me hace pensar que estuvisteis un buen rato, demuestra el afán que tenéis, así como la paciencia necesaria para disfrutar de todo lo que buscáis, seguir así y no os perdáis nada de lo que deseas, que esto no es fácil repetirlo.
Oye la cueva de las virgenes parece que este iluminada interiormente por la cara de felicidad de Vanesa al entrar,la foto de la playa de Ovahe atrae por la ausencia de gente y lo coqueta que es.
Habéis tenido lujos: casa, barbacoa, coche, no parecéis los mismos !!!!
También impresiona la cueva de las dos ventanas, y a mi que madrugueis para (después de ver tropecientos moais) ver uno que os faltaba, eso es voluntad, supongo que este tenia algo especial.
Pensar que la descripción del viaje que hacéis aquí es la que os va permitir acordaros de muchas cosas que la mente no será capaz de mantener, así que continuar con los detalles, que nos hacen vivir “algo” de vuestras vivencias
En fin me alegra que la ilusión no decaiga y que sigáis disfrutando la aventura, hasta que termine, y mientras tanto besos y mas besos, con abrazos y mas abrazos
BuscandoaCochet says
¡Qué comentario más bonito! La verdad es que no podemos ocultar la felicidad, se refleja en la cara, sí. Y la cueva de las Virgenes era algo especial. En cuanto al moai del último día… nada nuevo, pero nos quedaba por ver y estaba medio cerca… si nos dejábamos alguno que fuera por desconocimiento, no por pereza:)
En nada estamos de vuelta por aquí contando más cositas del viaje y esperando vuestros comentarios. ¡Un beso enorme que hay muchas ganas de veros!
JR says
Hola viajeros, a ver si os gusta esta comparación de la historia de la isla de Pascua que hace una periodista con la situación política actual y la llegada de Trump al poder…
http://www.eldiario.es/zonacritica/Llegan-payasos_6_579252101.html
Un fuerte abrazo!!
JR
BuscandoaCochet says
¡Hola JR!
No habíamos visto ese link… pues la verdad es una reflexión bastante interesante con un paralelismo acertado. No llevamos buen camino, no. Hemos escuchado varias veces a lo largo de este viaje comentarios de gente desencantada con los políticos (razón no les falta) y que abogan por “probar suerte” con un cambio… el que sea. Como dice la autora del artículo… a ver si llueve.